domingo, 2 de febrero de 2014

LIBRO IV - Capítulo XIII (II)


Veintiséis de Octubre de 1809 (Anno Domini). A bordo del Portobelho

   Aturdido aún pude ver cómo varios hombres armados descendían al pantalán y corrían hacia la factoría. Allí parecían haberse desatado todos los demonios del Infierno pues, a la luz de las hogueras, pude ver a grupos de hombres que entraban corriendo por un boquete abierto en el muro.

   La campana atronaba a la vez que gritos de alarma recorrieron el Portobelho de proa a popa. Casi al instante aparecieron Fernándes y Barlow, maldiciendo el primero y dando órdenes el segundo.

   Instintivamente corrí a la cabina a coger el sable y las pistolas. Encontré a Messervy revisando el escondite de la valija y ocultando en un coy enrollado el estuche de sus lentes. Se armó con una pistola y un sable y me acompañó a la cubierta listos para ocupar el puesto que nos asignaran.

  Evidentemente no puede decirse que nuestra presteza obedeciera a algún tipo de lealtad contraído con los esclavistas sino que obedeció, es mi opinión, al instinto de supervivencia pues lo mismo quienes nos atacaban eran amigos mas, en aquellas latitudes y en semejantes compañías, era probable que se tratase de todo lo contrario.

   Más hombres empezaron a subir desde las cubiertas inferiores mientras que los gritos y los sollozos de los negros se confundían con el cercano estruendo de los disparos. Vi a Figgis junto a dos hombres del Succes, Brown y Días, dispuesto a bajar al pantalán. Busqué con la mirada a Barlow, a quien localicé finalmente, y me disponía a ir junto a él cuando oí gritar algo a Messervy y, segundos después, un estampido que procedía del río.

   Me giré y pude ver a mi compañero derrumbándose mientras sus manos se agarraban al estómago. Vacilé un instante hasta que algo me hizo girar la cabeza en dirección al río. Era noche de luna llena aunque algunas nubes habían cubierto el cielo ya en la tarde, sin embargo ello no pudo evitar que vislumbrara una serie de formas que parecían deslizarse en la corriente hacia donde estábamos. Un fogonazo me hizo lanzarme sobre la cubierta al tiempo que grité con toda la fuerza de que fui capaz:

   -¡Por el río!

    Me arrastré hacia Messervy al tiempo que alguien, que sostenía un botafuego, lo aplicó a la mecha de la ristra de bengalas que se hallaban dispuestas en la regala. El zumbido de los artefactos al ascender se vio amortiguado por las explosiones de las primeras que tiñeron la noche de un espectral manto rojizo. A la vacilante luz pude observar que Messervy sangraba abundantemente por el vientre mientras gritos de alarma y disparos aislados acompañaban los silbidos y las explosiones de las bengalas.


   La curiosidad pesó sobre la aprensión y me incorporé lo bastante como para divisar cuatro lanchas, una de ellas muy próximo al costado del barco…