lunes, 22 de julio de 2013

LIBRO IV - Capítulo VIII


     Diecisiete de Octubre de 1809 (Anno Domini). Fondeados cerca de Ziguinchor

Esta misma mañana he tocado tierra por vez primera desde que abandonara Lisboa hace ya cerca de dos meses.

Me sorprendió enormemente pues la perspectiva de salir del barco no era como para despreciarla. Fue Barlow quien nos requirió a Messervy y a mí para que les acompañase.

Resultó agradable sentir el aire del exterior, por más húmedo y caluroso que fuese y aunque la compañía no fuese la más deseable pues el bote que nos acercó al pantalán lo ocupaban el capitán Fernándes, el pagador don Tarsicio, el primer oficial Barlow y cinco marineros mas Messervy y yo.

Al tocar tierra, al fin, comprobé que no éramos los primeros en desembarcar pues varios marineros, armados con mosquetes, pistolas y sables cortos, montaban guardia en varios puntos del pantalán y sobre la empalizada que rodeaba el conjunto de barracones y cabañas que circundaba la zona. Nos recibió un sujeto bajo y de tez curtida al que Fernándes presentó como Patrice Legrand y que pasaba por ser uno de los más reputados intermediarios de Ziguinchor entre los esclavistas y los cazadores de esclavos wolof.

Y donde nos encontrábamos era en una factoría de esclavos, propiedad de Legrand, que arrendaba a clientes importantes (tal parecía ser el caso de Fernándes) que se ahorraban así pasar por el más concurrido puerto de Ziguinchor.

Ya habían desembarcado algunas cajas de mosquetes y Legrand parecía examinar uno procedente de una que había sido abierta. Pareció alegrarse mucho al oír que Messervy y yo éramos oficiales británicos y que teníamos (yo al menos sí) experiencia en combate. Dijo en un inglés plagado de palabras ininteligibles que nuestra presencia iba a ser muy necesaria para cerrar un ventajoso trato con un caudillo local. No quise preguntar la razón de su alegría pero Messervy, en un instante de lucidez y abrazado a su portadocumentos, espetó sobre si nos reservaban la tarea de enseñar a los salvajes a usar las armas de fuego. Creo que la contundente respuesta, un sencillo “Sí”, le desmoralizó  lo bastante como para, una vez vueltos al barco, sumirse en uno de sus episodios de melancolía que no pude paliar ni tan siquiera leyendo alguna de las misivas que había escrito a su esposa e hijos.

Y no hubieron de pasar muchas horas para que pudiera tener ocasión de conocer a uno de los personajes más siniestros que imaginarse pueda. Un estrépito de tambores y trompetazos anunció la llegada de un ilustre visitante: Mahamadou Sembène, caudillo wolof considerado como el mejor cazador de esclavos de aquella parte del Mundo, entró en el recinto cuyas puertas, abiertas de par en par, habían dejado pasar a los músicos y a dos docenas de hombres armados que se tocaban, indefectiblemente, con un turbante azul.

Era un sujeto menudo, ya mayor, pero con el inconfundible aspecto de ser hombre de respeto, aspecto corroborado por los ademanes de sus guardias.
No entendí gran cosa pero por los gestos y las expresiones pude deducir que Legrand, que oficiaba de interprete, al mostrar al jefezuelo los mosquetes y señalarnos a Messervy y a mí, cosa que provocó una estrepitosa sonrisa del africano, parecía estar acordando algo con aquél.

Y no me equivoqué pues, dejando aparte una comisión en metálico para el intermediario y el pago que se conviniese, las ochenta cajas de mosquetes mas cien barriles de pólvora, cincuenta de proyectiles y diez de pedernales, iban a ser el pago de nuestro cargamento y, además, yo mismo formaba parte de ese estipendio pues Legrand manifestó que los soldados británicos tenían fama de ser los que mejor disparaban y, por tanto, el tal Mahamadou Sembène estaba muy satisfecho ante la perspectiva de que fuesen verdaderos oficiales británicos quienes instruyeran a sus hombres.


Parece  que por una cruel ironía nuestro rescate se ha convertido en una fuente de beneficios para Fernándes pues, tal y como nos contó Barlow durante la cena, Sembène está tan entusiasmado que ha prometido mercancía extra (así describía a hombres, mujeres y niños) y un precio especial si los resultados responden a sus exigencias.

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