Diez de Octubre de 1809 (Anno Domini). Al ancla frente a
Casamance
Nunca hubiera imaginado
que iba a ver tantos barcos en un puerto tan pequeño como este.
Gracias a Figgis, que nos
ha explicado a Messervy y a mí en qué lugar nos encontramos, he podido
comprender cómo tantos bergantines, goletas o balandras con bandera francesa,
yanqui, danesa, holandesa, sueca, portuguesa, española, turca ¡y hasta
británica! sin perjuicio de que sus respectivos países estén en guerra unos
contra otros, estén amarrados juntos. Incluso hemos podido ver jabeques y dhows con los pabellones de los estados
de Berbería.
Pero, si bien en el mar
muchos de estos navíos habrían de rehuirse o combatir entre ellos si se
adscribieran sus capitanes a la lealtad debida al pabellón que lucen sus
barcos, ninguna hostilidad se respira en este fondeadero. Más bien cada barco
ocupa su lugar en el puerto o, por riguroso turno de llegada, en espera de
poder arribar.
Según Barlow, que nos
interrumpió con una de sus morbosas chanzas, la captura de la isla de Gorée a
los franceses, el mayor centro de distribución de esclavos de esta zona, ha
hecho que contratistas y cazadores se trasladasen más al sur y al continente
propiamente dicho.
Por lo demás, el negocio
sigue siendo tan floreciente que pasa por encima de la guerra misma y de las
rivalidades entre estados. Cuán extraño resulta ver la bandera que defendí en
Talavera ondeando en alguno de estos barcos, verdaderas prisiones flotantes,
que esperan su cargamento. Viendo el número de embarcaciones parece difícil de
creer que quede aún un africano que no sea esclavo mas, según parece, el
tráfico es incesante y el dinero fluye como el agua en los ríos de Erin.
No me ha pasado
desapercibida la reacción de Partridge cuando pudo verse la bandera tricolor
tremolando perezosamente por la cálida brisa. Hubiera jurado que, de haber
podido, hubiera cargado, apuntado y disparado él mismo todos los cañones de a
bordo con tal de abatir cualquier barco que portase la enseña.
Al parecer no
desembarcaremos inmediatamente. Por el contrario mañana remontaremos el río
llamado también Casamance hacia el interior, hacia un lugar llamado Ziguinchor.
La noche, húmeda y
calurosa como parece serlo todo en estas latitudes, se va extendiendo y a
nuestras incomodidades han de sumarse legiones de mosquitos que hacen aún más
penoso conciliar el poco sueño de que podemos disfrutar. Aún asomado a la
escota puede verse el sol poniéndose y
el horizonte bañado en una miscelánea de tonalidades rojizas y anaranjadas que,
pese a todo y a la situación en que me hallo, compone innegablemente un hermoso
espectáculo.
Y así, aunque martirizado
por el calor y los mosquitos, puedo ver cómo una bandada de pelícanos vuela
hacia el horizonte, como si quisiera seguir al sol en su ocaso mientras, en la
lejanía, un largo y prolongado lamento se deja oír, recordando a los hijos del
Islam que es hora de rezo y que estamos en tierra de paganos.
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