domingo, 21 de octubre de 2012

LIBRO III - Capítulo XIII (I)



Dos de Septiembre de 1809 (Anno Domini). Quinto día a la deriva

[La correcta enunciación de términos marineros se debe a la cortesía del guardiamarina Howard Partridge y del contramaestre Matthew Figgis]

He necesitado cinco días para reunir las fuerzas y los ánimos suficientes como para consignar en este diario las penalidades de que soy, somos, objeto mis compañeros y yo mismo pues lo que había de ser una rutinaria travesía de Lisboa a Cádiz se ha mudado en tragedia.

    El pasado día veintiocho, ya avanzada la tarde, la goleta Succes se hallaba a pocas millas del Cabo San Vicente. El viento era favorable y, según el guardiamarina Partridge, habíamos de arrumbar a Cádiz en el transcurso de la mañana del día siguiente. Nada hacía presagiar nada anormal por lo que el aviso del serviola de que se aproximaban dos velas no despertó excesivos recelos en la tripulación, sobre todo cuando se verificó que se trataba de dos queches portugueses, con seguridad pescadores.

    Sin embargo algo en la derrota de las dos embarcaciones no pasó inadvertido para los expertos ojos del contramaestre Figgis. Recuerdo, pues me encontraba a su lado, que se dirigió al guardiamarina Partridge y le indicó que la maniobra que ejecutaban se parecía mucho, si no era, la propia de ataque.


    Partridge, aún poco ducho en las lides del mar, se dirigió a la cabina principal en busca del capitán. Burke, bastante malhumorado, subió a cubierta solamente para decir que, sin duda, querían vendernos algún género de ahí sus maniobras de acercamiento.

   Mas, nada más acabar de pronunciar el capitán aquellas palabras, dos estruendos casi consecutivos fueron seguidos por sendos golpes secos que parecía que fueran a destrozar la goleta.

   Y, realmente, poco faltó pues el resultado fue el palo trinquete destrozado, y dos hombres aplastados por sus restos, y el certero impacto  de una bala encadenada en la aleta de babor se llevó a Burke, a la mitad de este más bien cual si fuera un monigote, contra la parte opuesta de donde se hallaba antes de arrojarlo al mar entre trozos de maderamen de la regala mientras que sus piernas y cintura, convertidos en un amasijo ensangrentado, quedaban sobre la cubierta.

   Lugo vino el estallido de órdenes por parte de Partridge y el silbato de Figgis tocando a zafarrancho pero nuestros atacantes parecían gente diestra tanto como nuestros marineros, al parecer, no estaban habituados a combatir. Con dificultad Partridge aprestó a seis hombres para que se hicieran cargo de las carronadas de babor, pues por ahí venía el ataque.

   Pese a saber muy poco de las cosas de la guerra en el mar pude darme cuenta de que lo que querían era capturar el barco, desarbolándolo primero para abordarlo después. Ya estaban muy próximos cuando oí a Figgis gritar “abajo” antes de arrojarme al suelo de nuevo.

   Había sido un golpe de ingenio propio de viejo marinero pues no se equivocó y una tormenta de hierro nos barrió desde babor. Por toda la cubierta se oían gritos de dolor mientras cordajes, pedazos de velas y maderamen, y aún restos de miembros, rodaban aderezados de sangre.

    Pero, aunque duramente golpeada, la Succes no estaba dispuesta a rendirse como atestiguó Sánchez, uno de los marineros españoles, que auxiliado por tres de sus compañeros, cargó y puso en porta la carronada situada en la amura de babor. El disparo que siguió alcanzó al queche más cercano casi, como dicen en la mar, a tocapenoles pues por la poca distancia el proyectil rodó por la cubierta llevándose por delante a varios hombres cual si fueran bolos.

    La respuesta enfureció, si acaso, a los piratas pues fueron cerrando el cerco. Johnson, el boticario, había abierto el pañol de armamento y distribuido mosquetes y trabucos entre los hombres que podían valerse y no eran necesarios en otros menesteres de tal suerte que el capitán Messervy y yo tomamos varias de tales armas y, tomando posiciones en proa, nos dispusimos a abrir fuego sobre el queche más próximo…

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